domingo, 5 de junio de 2011

LEVANTARSE SOLO, PERO ACOMPAÑADO

Artículo del Argentina Seikyo Nro. 1069
La damos, la recibimos, la pedimos, la evitamos… ¡la orientación!
Algunas claves para ponerla en práctica más seguido.


LEVANTARSE SOLO, PERO ACOMPAÑADO
Muchas veces, sentimos que pedir orientación no es necesario. Si vale
La eterna guía de “levantarse solo”, entonces, afirmamos que solos podemos salir adelante; que basta leer una frase de nuestro maestro, el
Presidente Ikeda, para “ponerse las pilas” y listo. Pero, si nuestro mentor nos enseña claramente que “la orientación en la fe es la base de la Soka Gakkai”, no es que haya una contradicción: ese aliento que nos llega o que salimos a buscar (orientación) es lo que nos anima a ponernos de pie por propia voluntad con más decisión que antes (levantarse solo).
En la SGI, como una máxima, se afirma siempre que “la relación de
maestro y discípulo vive y se alimenta entre los camaradas de la fe”. ¡Cuántas veces hemos encontrado en boca de un amigo la orientación de nuestro Maestro, la palabra justa que hizo que nos pusiéramos de pie nuevamente!

ORIENTAR NO ES DECIR QUÉ HACER, SINO ABRAZAR
¿Qué significa orientar? En primera instancia, es abrigar el firme y
único deseo de que ese camarada de la fe sea feliz y que jamás abandone la práctica. Además, para ser sabios en nuestro aliento, será esencial
saber escuchar atentamente su situación. Si no estamos al tanto de lo que
sucede, todo lo que podamos decirle puede sonar muy bonito, pero serán palabras vacías.
En cuanto al “contenido” de nuestro aliento, ir casa por casa repitiendo que “hay que invocar Nam-myoho-renge-kyo para cambiar la realidad”, más que orientación es un monólogo. En el otro extremo, también es Inapropiado convertirse en el “médico” que reparte recetas magistrales a cada uno, indicándole exactamente: “Vos tenés que hacer esto”, pues, aunque ese amigo siga nuestras precisas instrucciones, si no pudo ver ni entender el problema por sí mismo, en definitiva perdió la oportunidad de crecer como valor humano frente a esa dificultad. Sería tratarlo como a un niño; subestimarlo pensando que, como no puede entender por sí solo las cosas, hay que indicarle qué hacer.
Orientar es alentar sobre la circunstancia que estamos viviendo; es abrir, ante los ojos de la otra persona, un horizonte nuevo mucho más vasto que el que había visto hasta ese momento; es llenarle el corazón de coraje y
esperanza; es compartir los esfuerzos que nosotros acometimos en nuestra propia vida cuando pasamos circunstancias similares. Y, a la vez, es
comprometernos ante el Gohonzon para que esa persona sienta profundamente lo maravilloso que es el beneficio que brinda el esfuerzo en la fe.
Entablar un diálogo con otra persona, preocupado por si opinará bien o
no de mí, o si le caerá bien o no lo que le digo, es hipocresía. Orientar es hablar desde el corazón y apelar a cuanto recurso tengamos a mano para
alentar al otro. A veces, es necesaria una palabra cálida, y otras, una
reflexión enérgica. No hay una forma preestablecida. Napoleón dijo: “Un
líder es un dador de esperanza”; por eso, brindar esperanza es lo que único que debería preocuparnos en el momento de brindar orientación. La sabiduría para hablar de la manera más productiva sólo existe en proporción a la oración y a la preocupación que sentimos hacia la otra persona.

ORIENTACIÓN: YO DOY, TÚ DAS, ÉL DA, ¡NOSOTROS LA NECESITAMOS!
Desde las dos veredas, cuando damos y recibimos orientación, en definitiva,
estamos rompiendo con nuestra arrogancia. Cuando damos, porque vamos en busca de las otras personas, y porque nos impulsa a orar por ellas, a
preocuparnos por si tienen trabajo o les está yendo bien en los estudios, a
conocer su realidad. Eso abarca el dar. El recibir también es romper con nuestra arrogancia. Cuando pedimos orientación en la fe (que, en idioma “argento”, sería: “Che, ¿te venís a casa a tomar unos mates?”), estamos preocupados por crecer como personas y, al no saber qué hacer con tal o cual problema que se nos presenta, buscamos un camarada que nos pueda ayudar, que nos abra el panorama que muchas veces se cierra delante de nosotros.
Sucede regularmente que, cuando hablamos con alguien que nos insta a cambiar tal o cual cosa, la reacción típica es de molestia, porque ¿a quién le gusta que le digan que está flojo en algo, que tiene que mejorar, que no ha hecho o no está haciendo algo de la mejor manera posible?
Sócrates leía en el Templo de Delfos: “Solo sé que no se nada”, y lo
Tomaba para su vida. Una persona de su sabiduría e intelecto se daba cuenta de que, por mucho que pudiera comprender, era insignificante frente a todo lo que aún le era desconocido. En nuestro caso, si afirmamos que “la tenemos clara” y que “las sabemos todas”, ¿podemos ser tan necios y creer que realmente es así? ¿No sería más conveniente imponernos una cuota de humildad y revisar, al menos, si no habrá algo más que aprender o tener en cuenta sobre el asunto que nos aqueja?
Nadie nace sabiendo. Quien es más capaz de escuchar es porque se siente
más capaz de entender y de crecer.
En la cuestión de “recibir” orientación, un factor muy importante es con
quién decidimos entablar el dialogo. Es moneda corriente que, en variadas
ocasiones, busquemos hablar con una persona que nos “endulce el oído” y
que, por lo tanto, omita aquello que necesitamos escuchar, pero que no
queremos oír. Siempre resulta más productivo, en cambio, hablar con alguien que nos pueda decir la verdad, aunque duela un poquito; que nos diga las cosas tal como son, por más que nuestros sentimientos se sientan afligidos. Eso, sin dudas, es hacer una causa concreta para crecer como valores humanos.

PEDIR PARA CRECER
Nuestro Maestro nos alienta: “Dar orientación a personas o a familias
es una actividad extenuante, inconspicua, pero sirve para alimentar las raíces de la fe. Sólo cuando las raíces de la fe se expanden y se hunden en lo profundo de la tierra, el árbol puede alzarse hasta el cielo y cubrirse
de ramas y hojas verdes. Del mismo modo, la fuente de todo desarrollo en
el reino del kosen-rufu yace en compartir los sufrimientos de los miembros, respondiendo a sus preguntas para liberarlos de la duda, y ayudarlos a esforzarse en la fe con alegría, seguridad y esperanza”.
Con el corazón lleno de coraje y esperanza, ¡busquemos a nuestros antecesores y brindemos a nuestros amigos diálogos que perduren en nuestros corazones para siempre! Nuestra amada Argentina espera con gran ansiedad todo nuestro crecimiento y nuestro aliento.

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