domingo, 5 de junio de 2011

perseverancia cuesta un triunfo | Por Editorial Seikyo

Intentar, intentar y volver a intentar hasta lograr el objetivo buscado. Cómo hacer para dejar de esperar pasivamente que pasen las tormentas y desarrollar, en cambio, una “perseverancia activa”. Una nota que reafirma conceptos como “genio es sinónimo de esfuerzo” y “persevera y triunfarás”

Frases como “no hay mal que dure cien años”, “siempre que llovió, paró” y “hay que pasar al invierno”, sin duda, apuntan a alentar a quienes están sufriendo, indicándoles que hay que “aguantar el chubasco”, que, a la larga, “el sol sale para todos”. En el Budismo de Nichiren Daishonin, también existe una frase que resume ese espíritu: “El invierno jamás deja de convertirse en primavera”.
Pero, tal como reza otro famoso dicho, no todo es tan sencillo como “soplar y hacer botellas”.

Se me prendió la lamparita… ¡por fin!
Es un hecho conocido (aunque también difícil de comprobar) que Newton se percató de la ley de gravedad cuando le cayó una manzana en la cabeza, mientras descansaba debajo de un manzanero.
Otro hecho casual que despertó el genio de un gran sabio griego, Arquímedes, fue el que hizo famosa la palabra “eureka” como sinónimo de descubrimiento.
Se dice que, mientras estaba tomando un baño, Arquímedes meditaba sobre el problema que le había planteado su Rey, sobre cómo distinguir una corona de oro puro de otra hecha con aleación de plata. En eso, vio como su cuerpo desplazaba el agua de la tina en la que estaba sumergido y pensó que, si hacía lo mismo con la corona, se podría calcular, extrapolando el peso contra el volumen, si esta era de oro puro o no. Eufórico, Arquímedes salió desnudo a la calle, gritando “¡Heureka!” (Lo he encontrado).
Generalmente, cuando se nos ocurre una idea, decimos que “se nos prendió la lamparita”. Pero, precisamente, la invención de la lámpara eléctrica no fue un descubrimiento repentino, sino el fruto de un arduo proceso de prueba y error que llevó a cabo Thomas Alva Edison (1847-1931).
Edison intervino en un extraordinario número de otras invenciones: el fonógrafo, el kinetógrafo (cámara de cine), la película, el teléfono, el telégrafo, la máquina para escribir, una batería alcalina, la locomotora eléctrica, el fluoroscopio (para la identificación de cuerpos irradiados con rayos X) y el micrófono. Algunas de estas cosas no fueron inventadas por Edison, pero sí, mejoradas o puestas en funcionamiento operativo por él. En total, patentó mil noventa y tres inventos.
Pero el gran inventor norteamericano casi no tuvo educación formal: asistió a la escuela primaria solo durante tres meses. Además, tenía serios problemas de audición. ¿Cuál fue, entonces, la clave del éxito de Edison? Según él mismo decía, nunca se daba por vencido antes de haber triunfado en lo que se había propuesto hacer. Edison comentaba: “La mayoría de las personas intentan un par de cosas y luego abandonan en mitad del intento. Yo no me doy por vencido hasta que consigo lo que tengo en mente”.
También, declaró lo siguiente:

Muchas personas creen que he conseguido las cosas por cierto “genio” que poseo. Pero eso tampoco es cierto. Cualquier otra persona de mente lúcida puede lograr lo mismo, si persevera como un demonio y si recuerda que ninguna cosa buena funciona por sí misma, para complacerlo a uno; es uno quien tiene que hacer funcionar la maldita cosa. Habrán escuchado a más de uno repetir lo que he dicho: el genio es uno por ciento de inspiración y noventa y nueve por ciento de transpiración. Sí, señor, en su mayor parte, el genio es trabajo incansable.

En otra ocasión, cuando se le preguntó sobre el secreto de su éxito, respondió:

Trabajo dieciocho horas por día; vengo haciéndolo desde hace cuarenta y cinco años. Es el doble de lo que hace el común de las personas. Por lo tanto, es como si tuviera noventa años. Agréguenle a esto unos veinte años de infancia y juventud, y los ciento diez años que se obtienen serían mi edad. Sigo trabajando dieciocho horas y espero mantener este ritmo durante otros veinte años. Eso da un resultado de ciento cincuenta.

En otras palabras, atribuía su mayor cuota de éxitos a su mayor cuota de esfuerzo. Sólo a los setenta y cinco años comenzó a disminuir, de dieciocho a dieciséis horas, su ritmo diario de trabajo.
Edison acometió, hasta el final de sus días, cada desafío con la postura de “no darse por vencido jamás”.

Seguir, persistir, continuar hasta el final
El gran literato francés Víctor Hugo (1802-1885) escribió: “Todos los secretos de las grandes almas yacen en una sola palabra: ‘perseverando’. [...] Las almas débiles se desconciertan ante los obstáculos ilusorios; las almas fuertes, jamás”.
En la costa opuesta del océano, más o menos en la misma época, otro gran escritor, el cubano José Martí (1853-1895) declaraba: “¿Tú ves un árbol? ¿Tú ves cuánto tarda en colgar la naranja dorada o la granada roja, de la rama gruesa? Pues, ahondando en la vida, se ve que todo sigue el mismo proceso”.
Un tiempo después, del otro lado del mundo, el famoso académico japonés Inazo Nitobe (1862-1933), quien también fue íntimo amigo del fundador de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi, aseveró: “Los fuertes perseveran; los que persisten son personas de verdadera fortaleza”.
Y para terminar con esta serie de citas, no podía faltar la de un argentino: el doctor Bernardo Alberto Houssay (1887-1971). Este fisiólogo, que recibió el Premio Nobel de Medicina en 1947, afirmaba que la única manera de desarrollar la creatividad era la dedicación absoluta. En la última conferencia que pronunció ante sus alumnos, antes de jubilarse como profesor universitario, el doctor Houssay los alentó con estas palabras de Louis Pasteur (1822-1895): “Dejadme revelaros el secreto que me ha llevado a la meta; mi única fuerza está en mi tenacidad”.
Del mismo modo, en la fe budista, las cosas no suceden de manera automática. Tenemos que seguir haciendo daimoku hasta que nuestras oraciones sean respondidas. Y nuestras oraciones solo obtienen respuesta si se ven acompañadas de un esfuerzo tenaz y constante. Sin un noventa y nueve por ciento de esfuerzo (como diría Edison), no puede haber victoria.
Fe es no desistir. En su escrito “Sobre la práctica de las enseñanzas del Buda”, Nichiren Daishonin afirma que quienes abrazamos esta filosofía debemos vestir “la armadura de la resistencia”. Quienes se pertrechan con esa “armadura” y luchan tenazmente son los que, finalmente, triunfan. Por algo, también se conoce al Buda como “El Que Puede Resistir”.

Se dobla pero no se quiebra (como el bambú)
Volviendo al ejemplo “botánico” que brindaba Martí, uno no se percata de cómo crece un árbol, hasta que ve que aquel pequeño retoño que plantamos en el fondo de nuestra casa, luego de algunos años, ya nos brinda su sombra y sus frutos.
Pero algo muy curioso sucede con el bambú japonés, que lo hace “no apto para agricultores impacientes”. Luego de que uno siembra la semilla, la abona y la riega constantemente, nada ocurre en los siguientes… ¡siete años! En realidad, no sucede algo que se pueda apreciar a simple vista. Debajo de la tierra, mientras tanto, la planta genera en todo ese tiempo un complejo sistema de raíces que le permitirán sostenerse cuando empiece a elevarse hacia afuera. Y ese crecimiento se produce en solo seis semanas, tiempo durante el cual la planta de bambú crece ¡más de treinta metros!
¿Tardó solo seis semanas en crecer? No. La verdad es que se tomó siete años y seis semanas para desarrollarse.
Si trasladamos eso a la vida cotidiana, podemos ver que, en ciertas ocasiones, el crecimiento interior no se hace manifiesto hasta que surge determinada ocasión o circunstancia. Pero, quizás, por impaciencia, buscamos resultados a corto plazo y abandonamos justo cuando ya estábamos a punto de conquistar la meta. Como dice el Daishonin: “El viaje de Kamakura a Kyoto dura doce días. Si usted viaja durante once jornadas y se detiene en la duodécima, ¿cómo podrá admirar la luna sobre la capital?”.
Para cerrar esta reflexión, entonces, es un hecho comprobado que las fuertes raíces del bambú le permiten crecer sin que el viento lo voltee. De la misma forma, en nuestros esfuerzos, podemos ser azotados por los vientos de la duda; pero si nos mantenemos firmes en nuestra decisión, no habrá tornado que nos “quiebre” antes de llegar a nuestras metas.

Paso a paso, pas à pas
Shakyamuni dijo lo siguiente, en una ocasión: “Una corriente de agua que fluye en forma constante, aunque sea mansa, con el tiempo puede abrirse paso a través de la roca sólida. No hay nada que no pueda adquirirse a través del esfuerzo serio”.
Una vida de tenaz perseverancia y de lucha basada en la fe, como el agua que fluye, podrá atravesar cualquier muro de obstáculos que se interponga en su camino.
Pero es necesario hacer esfuerzos conscientes hasta concretar el objetivo. Nada se va a lograr “por decantación”, por el solo hecho de aguantar con los dientes apretados.
En su novela La nueva revolución humana, Daisaku Ikeda (encarnado en la obra por Shin’ichi Yamamoto) relata su encuentro [en 1961] con una joven miembro japonesa, que se había trasladado a París con el fin de estudiar ballet y convertirse en una primera figura.
Yamamoto le dice a la joven:

—Puedo entender la atracción que ejerce París en alguien que tiene aspiraciones artísticas. Pero sería mejor que desechara la ilusión de que las cosas serán como lo desea, solo porque usted está aquí.
“No está mal querer llegar a la cima; pero debe reafirmar sus metas a cada paso y, para alcanzarlas, tiene que desafiarse cada día, sin escatimar esfuerzo o fatigas. Los sueños y la determinación son dos cosas diferentes. Si solo anhela lo que le gustaría ser, pero no trabaja con perseverancia y esmerada diligencia para lograrlo, obtendrá un sueño vacío.
“Si realmente está decidida a ser la mejor, ya debería dar pasos concretos y trabajar con ahínco en esa dirección. El éxito es otro nombre del esfuerzo repetido e incesante. Las esperanzas y los sueños, sin el trabajo realizado con espíritu tesonero, nos hacen presa de la ansiedad y de la frustración, mientras la circunstancia real nos sume, más y más, en la desdicha. Tiene que consolidar las bases de su existencia. […] Es vital que construya el firme cimiento de la fe como modo de vida. […]
“Lo importante es que practique esta fe, sin claudicar, durante veinte o treinta años. Entonces, la aguardará la verdadera victoria.

“Paciencia… la vida es así”
Así es la letra de un conocido tango de Juan D’Arienzo (que, como la mayoría de los tangos, es melancólico y medio triste).
El presidente Ikeda declara: “Toda victoria, esperanza y progreso genuinos provienen de una sola palabra, y esta es ‘paciencia’. En definitiva, la fuerza que sostiene la transformación interior del hombre es la perseverancia”.
Como señalamos anteriormente, una vida sólida y firme no se logra de un día para el otro. Uno desarrolla una mayor fortaleza cuando cultiva una actitud paciente hacia la realidad. La paciencia es vital. Y si a eso se le suma un auténtico coraje, uno puede soportar cualquier adversidad.
Pero lo que realmente cuenta es triunfar en el final; los pequeños logros y los traspiés que uno experimenta en el camino son de trascendencia secundaria. Lo que cuenta es la victoria en última instancia; por eso practicamos el Budismo. Los que obtienen esa gran victoria son aquellos que, a pesar de todo, trabajan férreamente y perseveran en sus objetivos hasta el final.
Y como empezamos esta nota con dichos populares, para ser “constantes” tenemos que terminar con otro, ¿no les parece? Esta vez, es un proverbio nigeriano, que dice: “Con paciencia, se puede cavar un brocal con una aguja”.

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