domingo, 5 de junio de 2011

Sálvese quien pueda… atesorar a alguien

Sálvese quien pueda… atesorar a alguien

Contribuir a la felicidad de una persona no solo es ser un buen tipo; es esencial para disfrutar al máximo de nuestra práctica y desarrollarnos de verdad dentro de la sgi.
Práctica para uno y para los demás

¿Dónde comienza la historia de preocuparse por alguien dentro de la tradición budista? Cerremos los ojos y viajemos en el tiempo…unos cuantos años... no, un poco más, hasta llegar a la India de Shakyamuni. Pedimos permiso entre la multitud de discípulos, nos asomamos a través de la numerosa convocatoria y escuchamos al Buda que le dice a la asamblea: “Mai yi sa ze nen” (En todo momento estoy pensando como puedo hacer para que los seres vivientes ingresen en el Camino Supremo y adquieran rápidamente el cuerpo de un buda). Y encontramos la respuesta a nuestra pregunta inicial: atesorar a una persona es parte de la doctrina budista impartida por el Buda desde el Sutra del Loto; es el inicio mismo del Budismo. Fue el modo de vivir de Shakyamuni: pensar a cada instante en la felicidad de los demás fue su gran misión y su pasaporte directo a la Iluminación.

Esforzarme por otra persona es ayudarme a mí mismo
“Cuando basamos nuestra vida en este gran deseo [la felicidad de quienes nos rodean], nuestra propia vida, que podría parecer insustancial como una gota de rocío o como una mota de polvo, en realidad se fusiona con la vida eterna del Buda, que es inmensa y formidable como el océano o como la tierra”.
Manifestar la iluminación implica esforzarse por los demás de esta manera. A la vez, un Buda es buda por sus acciones, no por decreto. Entonces debemos reconocer que no hacer algo concreto por la felicidad de alguien, equivale a no poder adquirir tamaño estado de vida. En resumen: no existen budas egoístas; para sentir esta plenitud hay que jugársela por alguien. En palabras de Toda sensei: “No puede haber felicidad si uno no lucha contra la injusticia y la falta de humanidad”. Solo dando batalla en pos de la felicidad de los demás uno hace la causa y adquiere la fortaleza para construir una dicha propia e indestructible.

Atesorar a alguien es sufrir por lo que le pasa
La preocupación por alguien puede ser algo tan simple como escucharlo cuando nos cuenta sus problemas. La compasión ha de ser encontrada en actos tan simples como escuchar, compartir y recordar. Cuando nos proponemos ser compasivos, nuestros sufrimientos y fracasos asumen nuevo significado. Podemos empezar a verlos como requisitos para poder entender el dolor de los demás y para saber qué acción tomar para causar alivio. Hay tiempos en los que las personas sólo pueden encontrar consuelo en la voz de alguien que ha experimentado su mismo pesar.

Una actitud de compasión no significa mirar a alguien desde una posición de superioridad, sintiendo pena por su miseria. Es un sentimiento de empatía hacia otros seres humanos iguales a nosotros y su base es el respeto. La compasión es como un cómodo salón al que invitamos a un amigo y nos sentamos a dialogar sobre la vida como iguales, a aprender el uno del otro y a esforzarnos por mejorar, juntos, la vida de ambos.

Del mismo modo en que el sufrimiento no sólo nos afecta a quienes lo estamos padeciendo, ya que los demás siempre se ven afectados por nuestra infelicidad, no puede haber felicidad que exista sólo para uno mismo.

La felicidad no es una “torta” de un tamaño fijo que deba cortarse cuidadosamente para que cada uno pueda tener la rodaja que le corresponde. Al aumentar la felicidad de uno mismo o la de los demás, aumentamos la cantidad total de energía positiva que vibra en el mundo. Quienes de verdad se regocijan por la felicidad ajena también disfrutan una felicidad profunda y genuina dentro de sí. De hecho, cada uno de nosotros alcanza, exactamente, el mismo grado de felicidad que es capaz de ayudar a alcanzar a otros.

En contraste, un estilo de vida centrado en uno mismo redunda en una miseria que deja heridas profundas no sólo en nosotros, sino también en los demás. Sin dudas, el egoísmo es una de las grandes fuentes de sufrimiento en el mundo.

Ser bueno no significa ser buenudo
En nuestra sociedad, la persona que nunca se mete con nadie, callada e introvertida, que es amable con todos, que da siempre lo que le piden, es catalogada como bueno. Es el clásico compañero de trabajo de quien decimos cuando no está: “Pobre, es tan bueno…” Pero esta clase de bondad muchas veces es sinónimo de adoptar una postura cómoda. Es menos riesgoso no meterse con nadie, que involucrarse y salir lastimado o acusado de comedido.

La verdadera compasión va más allá de ser bueno o amable. A veces, la compasión requiere que le señalemos a otro cuáles son las debilidades que esa otra persona no puede ver; después de todo, en ello yace la causa de su infelicidad, lo que detiene su propio crecimiento. Ver estas faltas, estar consciente de ellas y no mencionarlas por cobardía, es falta de compasión. Es ser un falso amigo. La compasión y el coraje se encuentran profundamente ligados.

Probablemente sea difícil encarar el diálogo con un amigo para compartir con él nuestra visión de la relación de pareja mediocre que está generando, o del dolor que nos causa su imposibilidad de abrazar a sus padres, o la angustia que sentimos porque aún no se anima a estudiar y progresar. No cabe duda de que resulta mucho más sencillo no involucrarnos; tenemos excusas fabulosas para eso: “Ella sabrá lo que hace”, “No es mi tema”, “¡Mira si le voy a decir semejante cosa!”.

¡Necesito a alguien para atesorar!
¿Es necesario contar con una destacada sabiduría para poder “opinar” de temas personales? Sensei nos responde: “En el Sutra del Loto, ‘sabiduría’ no se refiere solo a la sagacidad, es algo mucho más profundo. Esencialmente es tener un corazón sobresaliente”.

No se trata de decir que se debe hacer, pues podemos estar sumamente equivocados en nuestra manera de ver las cosas. Tampoco tendría sentido, pues cada uno debe comprender por sí mismo que paso debe dar. Todo lo contrario, estamos hablando de compartir con el otro la genuina preocupación que por él sentimos, y proponerle aprender y avanzar juntos. En definitiva, hablar y accionar movidos por nuestro corazón.
¿Cómo llegar a agrandar el corazón hasta este punto? En primer lugar, debemos ser profundamente agradecidos. Porque aun no siendo la persona más sabia del planeta, aun teniendo miles de defectos y limitaciones, hay alguien que nos está permitiendo compartir su historia.

Para extraer la sabiduría que nos brinda la práctica (sinónimos: el gran beneficio de la fe, nuestra Revolución Humana, manifestar nuestra Budeidad, etc.) somos nosotros quienes necesitamos alguien a quien atesorar. Una lectura superficial puede mostrar que estamos “salvando” a alguien, pero en verdad nosotros mismos resultamos ser los más beneficiados. Por eso, cada vez que creamos esta clase de lazos, no podemos sentir otra cosa que un profundo agradecimiento. Hay personas mucho mejores en quienes vale la pena confiar; sin embargo, esa persona nos dio la oportunidad a nosotros de ser su “compañero de ruta” hacia la felicidad.

Tengo un corazón con agujeritos
La segunda duda que se nos plantea es qué hacer cuando sentimos que nuestro corazón no es tan grande como debiera, como para abarcar y preocuparnos profundamente por alguien más. Sabemos que lo necesitamos, entendemos que nuestra Revolución Humana se juega en esa cancha, pero aun así creemos no poseer la sabiduría y la compasión necesarias. Las palabras de Toda sensei son una guía eterna: “El coraje sustituye a la misericordia, y la fe a la sabiduría”.

En definitiva, poco importa nuestra capacidad intelectual o cuestionarnos si sentimos mucha o poca compasión por el otro... La clave está en cuánto nos animamos a acercarnos y a dialogar (coraje), y si, realmente, nos basamos en el Gohonzon para alentarlo a ser más feliz (fe).

Hacia otros 40 años
Sensei siempre alienta a los jóvenes a defender con toda la vida el espíritu fundacional de la SGI: atesorar a una persona. El mundo Soka debiera ser tan simple como eso, un ámbito donde cada uno abraza y es abrazado.

En agosto, inauguraremos los futuros 40 años de historia de nuestra amada SGIAR. Sin dudas, el desafío que se nos plantea es llegar a ser jóvenes capaces de crear este oleaje de compasión y esperanza por sobre cualquier manto de egoísmo y frialdad. El futuro de la organización, el destino de la Argentina está en nuestras manos... y en la dimensión de nuestros corazones en pos de la felicidad de los demás.

Por División Juvenil de la SGIAR

No hay comentarios:

Publicar un comentario